El auto y la falsa idea de libertad
Por AGENCIAS, Boletin|12 de Mayo

Supongamos una fábrica con dos líneas de producción. De la primera salen automóviles equipados con una serie de dispositivos de seguridad que reducen de manera significativa el riesgo de muerte y lesiones de sus ocupantes en caso de colisión. Esos mismos coches cuentan con tecnología de punta en lo referente a eficiencia energética y reducción de gases contaminantes y de efecto invernadero.

En la otra línea, se producen los mismos coches, pero a diferencia de los anteriores, no cuentan con bolsas de aire ni frenos ABS. A su vez, su tecnología no es tan avanzada, por lo que son más contaminantes. Los automóviles de la primera línea se destinan a exportación, mientras los de la segunda son para abastecer el mercado interno.

Aunque suene simplón, ésta es más o menos la realidad de la industria automotriz mexicana. No hay nada al margen de la ley en esta situación: las automotoras se refugian en el argumento de que fabrican lo que el marco legal les permite, aunque olvidan decir que han cabildeado intensamente para que las normas referentes a eficiencia energética (NOM 163) y seguridad de los vehículos (PROY-NOM-194_SCFI) sean extremadamente poco exigentes, estableciendo varas fáciles del cumplir por la industria.

La historia dirá que el sacrificio de unos cuantos (los muertos por enfermedades respiratorias o en incidentes de tránsito) ha beneficiado a miles. Sí, porque lo laxo de las normas ambientales y de seguridad ha permitido ofrecer automóviles a precios asequibles para una población que hasta hace pocos años estaba condenada a moverse a pie, en bicicleta o en transporte público.

Ricos en carro, pobres en camión

Una de las primeras cosas que sorprenden al turista que visita México es la marcada diferencia social existente en el uso de los distintos modos de transporte. No hay que ser sociólogo para darse cuenta de que salvo contadas excepciones el transporte público es un asunto de pobres, un servicio destinado a quien no puede pagar algo mejor (la comparación con la salud y educación pública no es antojadiza).

Basta echar un rápido vistazo a la flota en circulación para tener una precisa radiografía del sector: en la Ciudad de México, 3 de cada 5 viajes en transporte colectivo se hacen en microbuses incómodos y contaminantes, que en su inmensa mayoría superaron su vida útil hace una década. La situación del Metro no es mucho mejor: la falta de mantenimiento adecuado tiene a gran parte de los trenes detenidos en los talleres.

A ello hay que sumar la existencia de un sistema operativo obsoleto que impide mayores frecuencias. El resultado: estaciones y trenes abarrotados, promesa de un viaje que dista mucho de ser considerado digno. Por ello es entendible que el habitante de la ciudad haga todo lo posible por moverse en automóvil, que se valora no tanto por lo que nos da, sino por la situación de la que nos libera: largas esperas, viajes tan lentos como apretados, manoseos, trato agresivo del conductor, música a todo volumen, vendedores ambulantes, diarias humillaciones de servicios que hace mucho rato dejaron de orientarse al bienestar del usuario. El transporte público no es opción, es una condena.

Rredistribuir, cobrar e invertir

El problema es que la movilidad urbana no debe basarse en la satisfacción de aspiraciones individuales. Tal como alguna vez dijo Enrique Peñalosa, actual alcalde de Bogotá, una ciudad desarrollada no es aquella en la que el pobre anda en auto, sino donde el rico utiliza transporte público. Para lograr esto, es fundamental no sólo mejorar, sino también dignificar al transporte público, la caminata y la bicicleta. ¿Cómo lograrlo? Implementando una política de movilidad basada en tres conceptos clave: redistribuir, cobrar e invertir.

La redistribución hace referencia a la habilitación de carriles de circulación exclusiva o preferencial para vehículos de transporte público y bicicleta, y a la habilitación de espacios amplios, seguros y accesibles para la caminata. Como el espacio no es infinito, esto se debe hacer a costa de la superficie de circulación y estacionamiento para automóviles, que en la actualidad ocupa algo así como el 80 por ciento del pavimento disponible. Puede sonar idealista, pero esto es lo que están haciendo las ciudades del mundo desarrollado, que han visto una proliferación de circulaciones exclusivas para modos sustentables en los últimos años. Baste el ejemplo de Copenhague, que armó una completísima red de ciclovías eliminando un 3 por ciento de estacionamientos en su superficie cada año. Suma y sigue: Madrid, Oslo y Helsinki ya avanzan para tener sus centros libres de coches en un plazo no superior a 5 años.

La segunda medida se refiere al cobro por externalidades económicas, sociales y ambientales por el uso de automóviles y motocicletas. Este cobro puede hacerse directamente sobre la tenencia, pero también a la manera de impuestos a los combustibles o como cargo por estacionar en la vía pública o por acceder a determinadas zonas de la ciudad (esquema conocido como cargo por congestión, utilizado en lugares como Singapur, Londres, Estocolmo y Milán). La gracia de mecanismos así es que no sólo desincentivan el uso indiscriminado de modos motorizados, sino que además proveen importantes recursos para financiar el tercer componente de la estrategia, que es invertir en el mejoramiento de sistemas de transporte público y en la construcción de infraestructura para la bicicleta y la caminata.

El automóvil nos promete una falsa idea de libertad, que se transforma en esclavitud apenas quedamos pegados en el tráfico. La congestión nos cuesta, y caro. Nos hace perder tiempo valioso, contamina el aire que respiramos y hace que nuestras ciudades sean menos productivas. Nos hace más agresivos y estresados.

No estamos condenados a ella, hay solución, pero ésta pasa necesariamente por salir de nuestra zona de confort y bajarnos del automóvil. No queda de otra.

Tal como alguna vez dijo Enrique Peñalosa, actual alcalde de Bogotá, una ciudad desarrollada no es aquella en la que el pobre anda en auto, sino donde el rico utiliza transporte público

Costos anuales promedio

Automovil ($) Bicicleta ($)

Gasolina 11,960 0

Estacionamiento 3,600 0

Propinas 720 0

Servicio 2,500 900

Multa 350 0

Peaje 1,600 0

Total 20,730 900